Un fin de semana ha sido suficiente para captar la magia de St Tropez. Luce esta localidad de la Costa Azul su vestido de flores e infinitos tonos verdes. Un frondoso laberinto selvático que esconde innumerables rincones repletos de piscinas a modos de estanques de agua cristalina que adornan sus adyacentes villas mimetizadas con el paisaje. Unas simples tejas coronan los muros en terracota y ocres a donde conducen los serpenteantes caminos que nos desvían desde las carreteras. Tiene el vestido un final bordado, de fino encaje en forma de arena, la de las playas de Pampelone de eternos atardeceres. Ahí, el mismo rey sol se detiene para contemplar semejante obra de la naturaleza y parece no querer irse nunca. Son más largos los minutos, los pensamientos chapotean en la orilla junto a los cuerpos bronceados de rubias y largas melenas. Y mientras paseo y oigo el mar morir en la orilla e intuyo el ocaso tras las palmeras, suenan de fondo melodías que a medida que avanzo se mezclan con otra y luego con otra como si la misma naturaleza hiciera de DJ. Son los ritmos que imponen cada club de mar, desde el elegante Loulou, pasando por la sofisticación de Les Palmiers, luego la pausa del siempre elegante Club55 que descansa del bullicio del almuerzo en sus azules y finos colchones para volver a elevar el volumen cuando se llega Verde pasando antes por La Reserve. Tras ellos se esconde EPI1959, oasis de los 60, mantiene la esencia de su creación, de las aventuras ahí acontecidas, la simpleza de sus paredes encaladas de un blanco que el sol ha amarilleado y de verde las plantas han teñido. Hay bailes en la arena a lo Alain Delon y Romy Schneider, sobre las mesas, que conviven con tramos de playa mudos, hay amistades que se forjan en bajo el ruido y otras que aprovechan el silencio, pero mires donde mires hay vida, historias por forjar y besos.

       En algún lugar de St Tropez, 2019

Pampelone, St Tropez, 2019

Es entonces, con los últimos halos de luz cuando la función cambia de escenario y pasamos de la arena al empedrado del centro de St Tropez. La Place des Lices se transforma en el hall central de esta pequeña ciudad y por ella desfilando van sus habitantes tanto fijos como temporales vestidos para la ocasión. Algunos llegan tarde a sus cenas mientras otros han querido avanzar para pasear por el puerto. Allí las colosales embarcaciones ya han concluido sus maniobras de atraque y se afana la tripulación en preparar exquisitas mesas en sus azoteas flotantes. Por la pasarela flanqueada por un lado por Cafés y Restaurantes clásicos y de diseño y por el otro por los yates y monstruosos veleros pasean sus vestidos y llamativos complementos las casuales modelos pensando en que un día, así también lo hizo B.B, reina de St Tropez. El jurado opina, señala y emite sonidos de admiración desde las rojas sillas de Senequier.

La Tartane, St Tropez, 2019

Pasado el desfile has de elegir entre vivir la esencia de St Tropez refugiándote para cenar en los pocos patios escondidos tras las paredes de las policromáticas casitas, recomiendo Napoleón o abandonarte a la vulgaridad de los neones de los sitios de moda como Gaio y Ópera. Existe una tercera opción, para mí la más auténtica que es la de hacer un paréntesis en el show y escaparse   con el coche carretera arriba (o abajo) para volver a adentrarse de nuevo en la naturaleza, más allá de St Tropez a Grassin, Cogolin, Grimaud o La Môle. Fue en este último, donde siguiendo el consejo de un magnate turco asiduo a St Tropez y enamorado de la Costa Azul desde hace décadas, conocí un lugar único, L’Aubergue de La Môle. Para que os hagáis una idea queridos lectores es como viajar en la máquina del tiempo a los años 60. No se ha tocado la decoración, ni la vajilla e incluso me atrevería a decir que tampoco el menú. Los entrantes para compartir se sirven en enormes tarimas cerámicas las cuales pueden contener foil gras, écrevisses, cuisses de grenouilles, pommes de terre aux truffes…y como no, un fabuloso mousse au chocolat marbree de la mole.

No quiero decir más de este sitio porque no encuentro las palabras que le hagan justicia. Ya de vuelta, es imprescindible contar con una mesa en la mítica discoteca del Byblos, Les Cavs du Roi. Tras la infinita escalinata de subida, la inmensa cola y tras ella, recompensa, la música y el baile para dejarse morir allí en una noche que no querrás que acabe nunca. Mientras, donde todo empezó, en el hall, en La Place des Lices, alguien juega a la petanca con poco acierto, quizás intentando entretener a una conquista.

Gogó en Gaio, St Tropez, 2019

Artículo y fotografía: Bernabé Rodríguez-Pastrana Redondo

Instagram: @bernapas